Manual de comportamiento en reuniones a las que no te han invitado



Hay que tener la entereza para aceptar una verdad irrefutable: hay imbéciles que no nos invitan a sus fiestas y celebraciones. Ello no debe ser motivo de preocupación. Pues cuando se cierra una puerta, siempre se abre una ventana. Dejarse caer grácilmente, cual hoja en otoño, en una reunión a la que uno no ha sido invitado es una reacción instintiva y sana de una autoestima bien asentada. ¿Pero cómo conducirse con normalidad una vez rodeado de miradas extrañas y, quizás, hostiles?  ¿Hay un protocolo para salir airoso de un trance cargado de sanción ajena? Sí lo hay. He aquí el cómo.



1.       La cortesía es su divisa.- La galante virtud de ser cortes no  es innata, se cultiva. El deseo de agradar ha de imponerse sobre el primario y natural instinto de mandar al prójimo en pronto retorno a la matriz de su progenitora. Aquel que logre podrá superar cualquier rechazo, incluido el dueño de casa que, en sus adentros, se preguntará:   ¿Quién demonios es este desconocido tan cortés? La cortesía es como el crepúsculo: mejora todo lo que toca. Coquetee con las feas. Elogie la decoración y el tapiz que reproduce en la pared la Ultima Cena. Celebre el maquillaje de la señora de la casa. El éxito reposa en la sentencia de Lewis Carroll: lo que se dice tres veces, es verdad.

2.       Hágase útil.- Los mirones estorban. Lo mismo sucede con la gente que no sirve para nada. Imagínese ser un mirón, un inútil, y encima colado en una reunión donde nadie lo conoce. El remedio a esta apremiante situación radica en el equipamiento preventivo. Vaya siempre a toda reunión premunido de un almacén portátil de los elementos valiosos que suelen escasear o acabarse muy pronto en las reuniones sociales: fósforos, pilas, papel higiénico, encendedores, cigarrillos, ají, toallas higiénicas. Siempre alguien necesitara algo de eso en una reunión. Tener esos productos siempre a la mano lo convertirá a usted en algo asi como el poseedor del Santo Grial.

3.       Déjese entender.- El galopante deterioro del nivel intelectual de la población, en especial entre aquellos afectos a frecuentar ágapes, juega a favor del entrometido. La lentitud de las sinapsis y el Alzheimer precoz hará dudar a una copiosa mayoría de si usted es conocido o no. Usufructué la vacilación ajena. Solo sonría y salude con un coloquial y refrescante: ¿Qué ha sido de tu vida?     La duda transferida lo convertirá automáticamente e alguien familiar. Pero ése es apenas el prólogo de esta estrategia. La medula de la misma radica en el uso adecuado del lenguaje. En sus interlocuciones impostadamente coloquiales con gente que se ve por primera vez, jamás pronuncie más de cincuenta palabras por vez. Podrían tomarlo por un intelectual, categoría que, en el mundo de los bautizos, bodas y aniversarios, queda aún por debajo del que se presente sin ser invitado.

4.       Adáptese  a su interlocutor.- Reunidas las virtudes de cortesía, utilidad y comunicación, en cuestión de minutos usted  -a quien nadie conoce- acabara convertido en el centro de atención de la reunión, así se encuentre en un sepelio. Pero lejos de significar un momento de triunfo, es este el momento en que todos los retos se acumulan. Para empezar, es menester guardar la compostura psicomotora a la par que usted oculta los bocadillos de la recepción en bolsas muy bien camufladas. Superada esta prueba, no defraude a quien se le acerque. Recuerde siempre un principio universal: lo que el mundo necesita es amor. Si se le planta enfrente un anciano nostálgico de su origen provinciano, no escatime elogios a favor de la vida comarcal y fustigue el estresante ritmo de la ciudad. Si es una mujer obesa la que busque compañía, conduzca la conversación hacia todo tipo de temas evasivos de tan penosa realidad: celebre la paralizante adicción a las telenovelas, relámase  en confesar el insuperable disfrute de devorar chocolates a escondidas, comparta su continua necesidad de tener en la mandíbula una sustanciosa y tierna pierna de pollo. Así, usted siempre dejará tras de sí una estela de aprecio, empatía y amor. La sensación gratificante de haber sido la persona más encantadora de la noche, a pesar de no haber sido invitada a la velada.

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